Las lecturas de la tercera evaluación de psicología serán dos textos cortos de dos autores del siglo XX: Stig Dagerman y Viktor Frankl.
El libro de Dagerman se titula Nuestra necesidad de consuelo es insaciable y el de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido.
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Stig Dagerman |
Nuestra necesidad de consuelo es insaciable...
Mayo 1952
Stig Dagerman
Nuestra necesidad de
consuelo es insaciable
Título original
Vårt
behov av tröst är omättligt...
Traducción del sueco
José
Mª Caba
Edición
Al Margen. Valencia
Etcétera. Barcelona
Nuestra necesidad de consuelo
es
insaciable
Estoy
desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca
llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta.
No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde
el cual poder llamar la atención de dios; ni he heredado tampoco el furor
disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el ardiente
candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en
cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si ésta no estuviera
rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo ya que de una cosa
estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es
insaciable.
Yo mismo persigo el consuelo como el cazador su presa. Por dondequiera
que en el bosque lo vislumbre, disparo. A menudo no alcanzo más que el vacío;
pero alguna que otra vez cae a mis pies una presa. Y como sé que el consuelo no
dura más que el soplo del viento en la copa del árbol, me apresuro a apoderarme
de mi presa.
¿Y qué tengo, entonces, entre mis brazos?
Puesto que estoy solo: una mujer amada o un desdichado compañero de
viaje. Puesto que soy poeta: un arco de palabras que no puedo tensar sin un
sentimiento de dicha y de horror. Puesto que soy prisionero: una súbita mirada
hacia la libertad. Puesto que estoy amenazado por la muerte: un animal vivo aún
caliente, un corazón que palpita sarcásticamente. Puesto que estoy amenazado por el mar: un
arrecife de duro granito.
Pero también hay consuelos que me llegan como huéspedes sin haberlos
invitado y que llenan mi aposento de odiosos cuchicheos: Soy tu deseo -¡ama a
todo el mundo! Soy tu talento -¡abusa de él como abusas de ti mismo! Soy tu
sensualidad -¡solamente viven los sibaritas! Soy tu soledad -¡menosprecia a los
seres humanos! Soy tu deseo de muerte -¡corta!
El equilibrio es un listón estrecho. Veo mi vida amenazada por dos
poderes: por un lado, por las ávidas bocas del exceso; y por otro, por la avara
amargura que se nutre de si misma. Pero rehuso elegir entre la orgía y la
ascesis, aunque sea al precio de una confusión mental. Para mi no basta con
saber que, puesto que no somos libres en nuestros actos, todo es excusable. Lo
que busco no es una excusa a mi vida sino todo lo contrario a una excusa: la
reconciliación. Al fin me doy cuenta que cualquier consuelo que no cuente con
mi libertad es engañoso, al no ser más que la imagen reflejada de mi desespero.
En efecto, cuando mi desespero me dice: Desespera, puesto que cada día no es
sino una tregua entre dos noches, el falso consuelo me grita: Espera, pues cada
noche no es más que una tregua entre dos días.
Pero de nada le vale al ser humano un consuelo brillante; necesita un
consuelo que ilumine. Y todo aquel que quiera convertirse en una persona
malvada, es decir, una persona que actúa como si todas las acciones fueran
defendibles, debería, al lograrlo, tener al menos la bondad de advertirlo.
Son innumerables los casos en los que el consuelo es una necesidad.
Nadie sabe cuando caerá el crepúsculo y la vida no es un problema que pueda ser
resuelto dividiendo la luz por la oscuridad y los días por las noches; es un
viaje imprevisible entre lugares inexistentes. Puedo, por ejemplo, andar por la
orilla y sentir de repente el horrible desafío que la eternidad lanza sobre mi
existencia y el perpetuo movimiento del mar y la huída constante del viento.
¡En qué se convierte entonces el tiempo sino en un consuelo por el hecho de que
nada de lo humano es duradero y qué consuelo tan miserable que sólo enriquece a
los suizos!
Puedo estar sentado ante la lumbre en la habitación menos expuesta al
peligro y sentir de pronto que la muerte me rodea. Está en el fuego, en todos
los objetos puntiagudos que me rodean, en la solidez del techo y en el grueso
de las paredes, está en el agua y en la nieve, en el calor y en mi sangre. ¡En
qué se convierte entonces el sentimiento humano de seguridad sino en un
consuelo por el hecho de que la muerte es lo más cercano a la vida y qué
consuelo más miserable que no hace más que recordarnos aquello que quiere
hacernos olvidar!
Puedo llenar todas las hojas en blanco con la más hermosa combinación
de palabras que mi cerebro pueda imaginar. Puesto que deseo confirmar que mi
vida no es absurda y que no estoy solo en la tierra, junto todas estas palabras
en un libro y se lo ofrezco al mundo. A cambio, éste me da dinero, gloria y
silencio. Pero qué me importa a mi el dinero y qué me importa contribuir al
progreso de la literatura; sólo me importa aquello que nunca consigo: la
confirmación de que mis palabras conmueven el corazón del mundo. ¡En qué se
convierte entonces mi talento sino en un consuelo a mi soledad y qué consuelo
más terrible que sólo consigue que sienta mi soledad cinco veces más fuerte!
Puedo ver la libertad encarnada en un animal que atraviesa veloz un
claro del bosque y oír una voz que murmura: ¡vive con sencillez, toma lo que
desees y no temas las leyes! ¡Pero qué es este buen consejo sino un consuelo
por el hecho de que la libertad no existe y qué implacable consuelo para quien
entiende que el ser humano tarda millones de años en convertirse en lagarto!
Puedo, finalmente, descubrir que esta tierra es una fosa común en la
que el rey Salomón, Ofelia y Himler reposan uno junto al otro. De lo cual
concluyo que el verdugo y la infeliz gozan de la misma suerte que el sabio y
que la muerte puede parecer un consuelo a una vida errónea. ¡Pero qué consuelo
más atroz para quien querría ver la vida como un consuelo por la muerte!
No tengo filosofía alguna por la que moverme como pájaro en el aire o
como pez en el agua. Todo lo que tengo es un duelo que se libra cada minuto de
mi vida entre los falsos consuelos que
sólo aumentan mi impotencia y hacen más profundo mi desespero, y los
consuelos verdaderos que me llevan a la liberación momentánea, o mejor dicho:
el consuelo verdadero, puesto que sólo existe para mí un consuelo verdadero,
aquel que me dice que soy un hombre libre, un individuo inviolable, un ser
soberano dentro de mis límites.
Pero la libertad empieza por la esclavitud y la soberanía, por la
dependencia. La señal más cierta de mi servidumbre es mi temor de vivir. La
señal definitiva de mi libertad es el hecho de que mi temor cede el sitio a la
alegría de la independencia. Puede parecer que necesito la dependencia para
poder conocer, al fin, el consuelo de ser un hombre libre, y seguramente es
cierto. A la luz de mis actos me doy cuenta que el objetivo de toda mi vida ha
sido labrar mi propia desdicha. Lo que podría traerme libertad me trae
esclavitud y cargas en vez de pan.
Otra gente tiene otros señores. A mí, por ejemplo, me esclaviza mi
talento hasta el punto de no atreverme a utilizarlo por miedo a perderlo.
Además, soy de tal modo esclavo de mi nombre que apenas me atrevo a escribir
por miedo a dañarlo. Y cuando al fin llega la depresión soy también su esclavo.
Mi mayor aspiración es retenerla, mi mayor placer es sentir que todo lo que yo
valía residía en lo que creo haber perdido: la capacidad de crear belleza a
partir de mi desesperación, de mi hastío y de mis debilidades. Con amarga dicha
deseo ver mis casas caer en ruina y verme a mí mismo sepultado en las nieves
del olvido. Pero la depresión es una muñeca rusa y en la séptima muñeca hay un
cuchillo, una hoja de afeitar, un veneno, unas aguas profundas y un salto al
vacío. Acabo por convertirme en esclavo de todos estos instrumentos de muerte.
Como perros me persiguen, o yo a ellos como si fuese yo mismo un perro. Y creo
comprender que el suicidio es la única prueba de la libertad humana.
Pero, viniendo de un lugar insospechado, se acerca el milagro de la
liberación. Puede acaecer en la orilla y la misma eternidad que, hace un
momento suscitaba en mi temor, es ahora el testigo de mi nacimiento a la
libertad. ¿En qué consiste este milagro? Simplemente en el súbito
descubrimiento que nadie, ni ningún poder ni ningún ser humano tiene derecho a
exigirme que mi deseo de vivir se marchite. Ya que si este deseo no existe,
¿qué es lo que puede existir?
Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del mar. Nadie
puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que hinche
constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que mi vida
consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante todo, sino
la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a unos
instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy
únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad
autónoma.
Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos de la vida
que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el viento me
sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mi. ¿Pero quién me pide
preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el cepo del
tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el número de
palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir. ¿Pero quién
me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El
tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las
obras avanzadas de mi vida.
Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso
contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la
necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la
alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo
esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la
belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se
sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el
tiempo.
Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la
exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba ser medido.
Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos
en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino
algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con
buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo
pretender que el mar está hecho para sostener armadas y delfines. Ciertamente
lo hace, pero conservando su libertad. Del mismo modo es absurdo pretender que
el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir. Ciertamente aprovisiona
máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras cosas. Lo importante es
que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad y con la plena
conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación, un fin en sí.
Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.
Puedo incluso librarme del poder de la muerte. No es que pueda librarme
de la idea que la muerte corre detrás de mis talones, y menos aún puedo negar
su existencia; pero puedo reducir a la nada su amenaza dejando de apoyar mi
vida en soportes tan precarios como el tiempo y la gloria.
Por el contrario no está en mi poder permanecer siempre vuelto hacia el
mar y comparar su libertad con la mía. Llegará el momento en que tendré que
volverme hacia la tierra y encararme a los organizadores de mi opresión.
Entonces me veré obligado a reconocer que el ser humano ha dado a su vida unas
formas que, al menos en apariencia, son más fuertes que él. Incluso con mi
libertad recientemente alcanzada no puedo destruirlas, sino solamente suspirar
bajo su peso. Por el contrario, entre las exigencias que pesan sobre el hombre
puedo distinguir las que son absurdas y las que son ineludibles. Para mí, un
tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo: la libertad
que procede de la capacidad de dominar su propio elemento. El pez domina el
suyo, el pájaro el suyo, el animal terrestre el suyo. Thoreau dominaba todavía
el bosque de Walden. ¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser
humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas
congeladas de la sociedad?
Debo responder: en ninguna parte. Si quiero vivir libre debo hacerlo,
por ahora, dentro de estas formas. El mundo es más fuerte que yo. A su poder no
tengo otra cosa que oponer sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo.
Pues mientras no me deje vencer yo mismo soy también un poder. Y mi poder es
terrible mientras pueda oponer el poder de mis palabras a las del mundo, puesto
que el que construye cárceles se expresa peor que el que construye la libertad.
Pero mi poder será ilimitado el día que sólo tenga mi silencio para defender mi
inviolabilidad, ya que no hay hacha alguna que pueda con el silencio viviente.
Este es mi único consuelo. Sé que las recaídas en el desconsuelo serán
numerosas y profundas, pero la memoria del milagro de la liberación me lleva
como un ala hacia la meta vertiginosa: un consuelo que sea algo más y mejor que
un consuelo y algo más grande que una filosofía, es decir, una razón de vivir.
(Mayo 1952)
El texto de VIktor Frankl : http://usuarios.multimania.es/victorianosaez/El_hombre_en_busca_de_sentido_Viktor_Frankl.pdf
VIKTOR E. FRANKL
EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
Con un prefacio de Gordon W. Allport
BARCELONA, EDITORIAL HERDER, 1991
Versión castellana de DIORKI, de la obra de VIKTOR FRANKL
Duodécima edición 1991
© 1646, 1959, 1962 by Viktor E. Frankl
Primeramente publicada en Alemania con el título "Ein Psychologe erlebt das
Konzntrationslager" y en inglés con los títulos "From Death-Camp to Existentialism" y
"Man's Search for Meaning" respectívamente.
EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO
Con un prefacio de Gordon W. Allport
BARCELONA, EDITORIAL HERDER, 1991
Versión castellana de DIORKI, de la obra de VIKTOR FRANKL
Duodécima edición 1991
© 1646, 1959, 1962 by Viktor E. Frankl
Primeramente publicada en Alemania con el título "Ein Psychologe erlebt das
Konzntrationslager" y en inglés con los títulos "From Death-Camp to Existentialism" y
"Man's Search for Meaning" respectívamente.
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