Como institución disciplinaria,
la escuela ha funcionado a lo largo de un siglo de un modo acaparador,
formativo, selectivo. La generalización de la primera enseñanza, la
escolarización obligatoria, la escolarización obligatoria impuesta por el
Estado a toda la infancia responde en primera instancia a la primera modalidad:
es preciso encerrar toda posible capacidad intelectual en un espacio donde se
pueda llevar a cabo la evaluación de su potencialidad.
A finales del siglo XX, la
escuela ya no es una institución disciplinaria sino de control. La escuela ha
sufrido una contracción vergonzante, ha vuelto a las élites, y ha abandonado
sus tradicionales lugares de encierro a nuevos dispositivos que es preciso
caracterizar.
La violencia disciplinaria es una
violencia correctiva. Frente al suplicio, que es siempre excesivo, signo
señorial, signo sobrehumano, el castigo es microfísico, anónimo y medido. La
violencia del control tiene, sin embargo, otra forma. El control no pretende la
potencia de los cuerpos, nada busca en su interior; "sólo" distribuye
a los hombres en función de sus naturales capacidades y libres comportamientos.
El "castigo" del control no es verdadero castigo, no impone
penitencia correctoras [...] Tolerancia absoluta y exclusión son, pues, pilares
de la violencia distributiva que ejerce el control.
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