
La Dra. María Inés López-Ibor nos recibe en
su amplio despacho con vistas al campus universitario de la
Complutense. En la pared cuelgan los retratos de algunos de los próceres
de la psiquiatría moderna, junto a algunos anaqueles densamente
poblados de gruesos tomos de literatura científica. Sentada en una
cómoda butaca de piel negra atiende amablemente a nuestras inquisitivas
preguntas. Por mor de la probidad periodística, conviene matizar que la
entrevista fue telefónica, pero todo sea por contribuir a la
ambientación del artículo en esta época de frío periodismo cibernáutico.
Lo importante es introducir una pequeña dosis de rigor científico para
que esto no se nos vaya de las manos. Porque, por muy locos que sean los
tratamientos que describiremos a continuación, el drama está en el
aire.
Antes de que se inventaran cosas tan deliciosas como el
Tranxilium o el Prozac (quién no se ha tomado un Diazepam por vicio,
pillines), las técnicas para tratar las enfermedades mentales
recorrieron un largo camino de ensayo acierto/error. Ahí podemos sacar
pecho: la Dra. López-Ibor nos cuenta que el primer hospital psiquiátrico del mundo
se construyó en España, concretamente en Valencia, en el siglo XV.
Proverbialmente, siempre ha habido mucho psicópata suelto por la zona
de Levante. En fin, a lo que íbamos, aquí va un pequeño museo psiquiátrico de los horrores.
La histeria
Atención, rollo etimológico a la vista: histeria viene del griego hyaterá, que significa matriz. O sea que, grosso modo,
histeria significaría “útero revuelto”. Se suponía que se trataba de
una “enfermedad” que afectaba a las mujeres y cuyo tratamiento óptimo
consistía en colocar alguna sustancia fétida bajo la nariz de la
infortunada para así espantar al útero y devolverlo a su posición
natural. Como ya se sabe, los médicos victorianos recurrieron a métodos
menos agresivos y bastante más placenteros: aparatos eléctricos de
masaje personal de la clase que hoy día se pueden encontrar en las
reuniones de Tuppersex. El cacharro original lo inventó un inglés
llamado Joseph Granville en 1880*.
*Por si te lo pregunta Jordi Hurtado en Saber y Ganar.
La terapia rotacional
El abuelo de Darwin, un tal Erasmus, le daba un poco a
todo: medicina, filosofía o ciencia así en general eran sus campos de
conocimiento. El antepasado de Charles ideó un sistema muy barato para acabar con los trastornos mentales
por medio del mareo y que puedes practicar con tu silla de oficina si
tienes la depre: 1) te sientas en una silla giratoria, 2) empiezas a dar
vueltas o pides a un voluntario que te haga un poco de spinning,
3) vomitas. Lo del vómito es opcional. Contra todo pronóstico, Benjamin
Rush, un médico estadounidense, adoptó la terapia centrifugadora y,
como no podía ser menos, fracasó estrepitosamente.
Extirpación de órganos
El Dr. Henry Aloysius Cotton,
médico de un psiquiátrico de Nueva Jersey a principios del siglo XX,
tenía la creencia de que la enfermedad mental estaba arraigada en la
infección de algún órgano. La lógica dictaba que si se eliminaba el
órgano, se acababa con el desorden mental. Y oye, tenemos superávit de
órganos: dos ojos, dos pulmones… Este antepasado de Hannibal Lecter
solía empezar por los dientes, pero luego se iba animando y seguía con
las amígdalas, el colon, y de ahí para arriba. Un tercio de sus
pacientes murieron, por lo que cabe decir que tuvo un 33% de éxito: los
que la diñaron ya no sentían ni padecían. Muerto el perro muere la
rabia. Ojos que no ven, etc.
El mesmerismo
No hace falta mucha imaginación: tal como sadismo viene de Sade, el mesmerismo recibe su nombre de Franz Mesmer,
un médico alemán del siglo XVIII. Mesmer atribuía los desórdenes
mentales a interrupciones en el flujo magnético que une a todas las
criaturas. Así que echaba mano de algunos imanes XL y los colocaba en
partes estratégicas del cuerpo del paciente. Luego llegaría el
mesmerismo 2.0 con aquellas preciosas pulseras magnéticas de Teletienda.
La terapia del coma insulínico
Algunos de los más felices hallazgos de la ciencia se deben
al azar. La manzana de Newton y esas cosas. Pero vamos, que no siempre
es el caso. En 1927, al Dr. Manfred Sakel se le fue la mano con una
inyección de insulina con una paciente adicta a la morfina, que cayó en
coma. Al parecer, cuando despertó, la adicción había desaparecido. Dicho
y hecho, el Dr. Sakel empezó a aplicar el método con otros pacientes
aquejados de enfermedades mentales, con una supuesta tasa de curación de
nueve de cada diez. Por desgracia, había un pequeño porcentaje de
comatosos que no despertaba, lo que propició la caída en desuso de la
técnica.
La lobotomía
Un tratamiento psiquiátrico verdaderamente salomónico (en
tanto que te parte el cerebro en dos), además de ser un clásico de toda
la vida. Los primeros afortunados en ser sometidos a esta cirugía fueron
un par de chimpancés en el año 1928, sometidos al bisturí del doctor
John Fulton. El Dr. Egas Moniz, que recibió el premio Nobel por su
contribución, la aplicó a seres humanos desde 1935, sobre todo para
curar la depresión. Y Walter Freeman afinaría el sistema con la
lobotomía del “picahielo”, que consistía en introducir el artilugio en
el cráneo a martillazos. Cabe imaginar que tenía cierta eficacia: si a
uno le dicen que le van a practicar una lobotomía de ese palo es muy
probable que la depre se le pase directamente del susto. La moda
alcanzaría su clímax con el Dr. Walter Freeman,
que iba recorriendo los pueblos estadounidenses con su “lobotomóvil” y
un picahielos para lobotomizar amas de casa con jaquecas. La Dra.
López-Ibor indica que la neurocirugía muy localizada es un tratamiento
eficaz en algunos casos, aunque dejando de lado el picahielos siempre
que sea posible.
El electroshock
O la silla eléctrica adaptada al frenopático. A ver, ¿qué
haces cuándo se te cuelga Windows? Reinicias, ¿no? Pues imagínate que tu
cerebro es como un sistema operativo con demasiadas aplicaciones
abiertas y la memoria virtual bajo mínimos. Un cerebro humano diseñado
por Bill Gates, si quieres una imagen más grotesca de nuestra mente
fallida. La solución es sencilla: un pequeño electroshok y ya estás
reseteado. En el fondo, el principio terapéutico tenía su validez y,
como apunta la Dra. López-Ibor, la terapia electroconvulsiva se sigue
utilizando con notable éxito; eso sí, con el detalle de cortesía de la
sedación.
La hidroterapia
Ah, llegar a casa, llenar la bañera de agua caliente, sales
de baño, unas velas y una copita de champán es una técnica de lo más
relajante para aliviar las tensiones del día. El problema viene dado
cuando, tal como hicieron algunos psiquiatras a principios del siglo XX,
se extrapola a un tratamiento psiquiátrico que te mete setenta y dos
horas en una bañera o te amortaja en toallas empapadas en agua helada.
Conclusión: entrabas con una crisis de ansiedad y salías como una pasa
con una crisis de ansiedad.
Tratamiento de aversión homosexual
Hasta 1990, la OMS consideraba la homosexualidad una
enfermedad. Por consiguiente, había que tratarla. En los años sesenta
del siglo XX la idea era asociar imágenes de naturaleza homosexual a
estímulos desagradables, tales como la electrocución o las inyecciones
para generar náuseas. Suena infalible, ¿verdad? ¿Qué podría salir mal?
¿Verdad?
Amanda enredándose en la cabeza
La trepanación
Nada mejor que un boquete en el cráneo para liberar el estrés. La
trepanación se remonta al Neolítico, por lo que se trata de una
tradición con fuerte arraigo. Aunque parezca mentira, como diría Papá
Levante, en las últimas décadas todavía ha habido algún fan suelto. En
1970, una tal Amanda Feilding decidió practicarse un orificio en el cráneo con un torno de dentista para alcanzar un “nivel de conciencia superior”.
Satisfecha con el resultado, en 2002 viajó a México para repetir, y en
la actualidad hace campaña para que la Seguridad Social británica cubra
la intervención. Fielding se basaba en las teorías de un tal Dr.
Hughes, enunciadas en 1962, y que argumentaban que nuestro cerebro no
está acostumbrado a la presión gravitatoria que supone andar erguidos.
Una trepanación y listo.
Nos hemos vuelto locos buscando información en The Lancet, Wikipedia, Muy Interesante, Neatorama y Brainz.org. Si hay algún atisbo de cordura en este artículo, es responsabilidad de la Dra. Inés López-Ibor.
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